Ver una grieta en la montaña. Imaginarse adentrarse en ella y el sentimiento de estar ahí. Decidirse a descender en ella. Prepararse para hacerlo. Investigar la ruta, encontrar compañeros y/o guías, levantarse temprano, preparar comida y agua para el camino, vestirse con la ropa adecuada, llegar al inicio. Todo esto es fácil (excepto tal vez encontrar a alguien que quiera hacerlo también). Empieza el descenso. En teoría se conoce la ruta, pero es un camino que tú nunca has recorrido. Un camino expuesto a las inclemencias del clima. Nunca se sabe a ciencia cierta lo que se va a encontrar o lo que se va a experimentar durante el descenso.
Emoción y expectativa. Golpe de realidad. Cansancio. Belleza. Reto. Ganas de demostrar que sí se es capaz. Calor. Frío. Nudos. Anclajes. Ganas de abandonar. La pregunta ¿qué estoy haciendo aquí?. Mirar atras y ver lo que se ha recorrido. Mirar adelante y descubrir lo que aún falta por recorrer. Ver a otro batallando más. Ver a otro feliz. Ver a otro con miedo. Ver a otro subir y bajar como si nada. Caminar y destrepar. Sentirse expuesto a la altura. Conversaciones. Sudor. Ganas de llorar. Miedo. Risas y palabras de aliento. La vista. La sensación de logro. El orgullo de haber llegado hasta ahí. El placer de compartir ese momento con alguien.
La certidumbre de saber cómo se siente el otro en ese momento. Cerrar los ojos y escuchar. Sentir el viento. Sentir el sol. Sentirse pleno. Saber que aún hace falta más y continuar el descenso. Más gozo. Más cansancio. Más vistas. La pregunta ¿cuánto más falta para llegar abajo?. Llegar. Voltear arriba a donde se ha estado. La pregunta ¿ya se terminó?. El sentimiento “yo subí y bajé esa montaña por mi propio pie”. El deseo “quiero hacerlo de nuevo”. La certeza de no poder haberlo hecho solo.
El conocimiento de que nadie pudo haberlo hecho en tu lugar. Infinidad de experiencias y emociones en unas cuantas horas. O tal vez días. Ninguna se pudo haber planeado. Quizás imaginado pero nunca es exactamente lo que se pensó. Esta vez fue bajando una montaña de roca. Otras veces ha sido y será emprendiendo un proyecto. Estableciendo una relación. Realizando un trabajo. Mismas emociones, diferente escenario. Misma persona, mismas habilidades, distintos contextos, distintos retos. Pero siempre crecimiento. Siempre aprendizaje. Siempre aventura. Siempre vida.
Hay dos cosas, una afuera y una dentro de tí que tal vez no sabes lo importantes y lo necesarias que son. O tal vez sí. Independientemente del caso, son dos cosas de vital importancia en la búsqueda de la autorrealización y al mismo tiempo son dos cosas que hacen mucha falta en nuestra realidad actual. La que está fuera de tí es la aventura, la que está dentro de tí es la inteligencia emocional. La combinación de estas dos puede mejorar de forma significativa tus habilidades intrapersonales e interpersonales, tus habilidades de manejo de estrés, adaptabilidad y optimismo. En otras palabras te ayudará a vivir una vida más plena y a lograr tu autorrealización. Continuemos con cuatro preguntas para entender mejor la idea anterior.
- ¿Qué significa ser emocionalmente inteligente?
- ¿Qué tan importante es ser emocionalmente inteligente?
- ¿Se puede desarrollar la inteligencia emocional?
- ¿Cuál es la mejor forma de educar la inteligencia emocional?
La respuesta corta para la primer pregunta, ¿qué significa ser emocionalmente inteligente?, es que una persona que es emocionalmente inteligente es capaz de identificar y entender las propias emociones y las de los demás, relacionarse bien con otros, y lidiar con las dificultades de la vida diaria. La respuesta no tan corta es que una persona emocionalmente inteligente es aquella que es capaz de entender y expresar sus propias emociones, fortalezas y áreas de oportunidad; también es capaz de identificar los sentimientos y emociones que experimentan otras personas y de relacionarse bien con ellos estableciendo y manteniendo relaciones interpersonales constructivas y mutuamente satisfactorias; así mismo, es capaz de lidiar exitosamente con las demandas de la vida diaria adaptándose y manejando efectivamente los cambios personales, sociales y ambientales y resolviendo conflictos interpersonales.
Para lograr todo esto es necesario que la persona sea capaz de manejar las emociones de manera efectiva, que sea optimista, positiva y automotivada. Ahora, todo esto suena muy bien pero ¿cuál es la importancia de tener estas habilidades? Desde que se introdujo por primera vez el concepto de inteligencia emocional, se ha estudiado ampliamente y se ha demostrado una y otra vez que está directamente relacionada con el éxito o el buen desempeño en diversos aspectos de la vida. Algunos de estos estudios vinculan una alta inteligencia emocional con una mejor salud física y psicológica. Otros estudios demuestran su impacto en las interacciones sociales, el desempeño académico y en desempeño en el trabajo.
Finalmente, otras investigaciones han descubierto un vínculo entre la inteligencia emocional y la autorrealización y entre la inteligencia emocional y el bienestar general.
La respuesta a la siguiente pregunta, ¿se puede desarrollar la inteligencia emocional? es una buena noticia. Sí es posible desarrollar estas habilidades para poder alcanzar todos los beneficios que se derivan de ella. Los principales autores que han estudiado la inteligencia emocional (Bar-On, Cherniss, Goleman y Boyatzis) coinciden que las habilidades de inteligencia emocional pueden desarrollarse independientemente de la edad o situación de las personas. No es una tarea sencilla y requiere de mucho esfuerzo y autodisciplina pero no cabe duda de que es posible desarrollarlas. Esto nos lleva a la cuarta pregunta ¿cuál es la mejor forma de educar la inteligencia emocional? No hay una única respuesta para esta pregunta, sin embargo, importantes autores en el campo, como Cherniss, C., Goleman, D., Emmerling, R., Cowan, K., y Adler, M., coinciden en que la mejor forma de desarrollar las habilidades de inteligencia emocional son los métodos experienciales ya que incorporan todos los sentidos y permiten que lo aprendido sea retenido y aplicado de manera efectiva.
No sirve de mucho el comprender la importancia y teoría de estas habilidades si no se practican y ejercitan constantemente. El procesamiento es mucho más profundo cuando las cosas se viven como experiencias propias. Mencioné antes que no es tarea fácil y esto es porque el desarrollo de estas habilidades implica realizar cambios en el comportamiento los cuales requieren una muy fuerte motivación para comprometerse con el proceso de cambio a largo plazo. Este proceso normalmente pasa por 4 fases: preparación para el cambio, entrenamiento, transferencia y mantenimiento y evaluación del cambio. la primera es una fase de preparación para el cambio en la que la persona se da cuenta de que quiere cambiar y se prepara para hacerlo. La segunda fase es el entrenamiento. Durante esta fase se identifican las áreas específicas que se quieren trabajar y se establecen metas claras y pasos para lograrlas. Es importante tener un sistema de motivación y apoyo y estar conscientes de que es probable que haya retrocesos, que esto es normal y que es parte del proceso de cambio. La tercera fase, transferencia y mantenimiento, se trata de implementar las habilidades desarrolladas en el contexto diario el cual presentará retos de forma natural al tratar de introducir nuevas conductas. La cuarta y última fase es la evaluación del cambio y se trata de reflexionar y revisar el progreso que se ha logrado y, si es necesario, establecer nuevas metas.
Los métodos experienciales incluyen una combinación de experiencia directa con reflexión guiada y análisis. Una de las grandes ventajas es que están centrados en los aprendices y los hacen responsables del proceso y la toma de decisiones. Otra enorme ventaja es que estos procesos pueden suceder en cualquier momento y lugar. El aprendizaje experiencial se beneficia ampliamente de los procesos experienciales y al mismo tiempo los procesos experienciales implican factores emocionales que mantienen al aprendiz comprometido.
El tipo de experiencias que tienen el mayor contenido emocional y que se pueden convertir en una de las mejores herramientas para el desarrollo de la inteligencia emocional son las experiencias de aventura. Este tipo de experiencias implican un cierto grado de incertidumbre y riesgo (que puede ser físico, emocional, social, intelectual, etcétera) y nos sacan de nuestro contexto diario y de nuestra zona de confort. Nos enfrentan a conflictos que hay que resolver. Nos obligan a tomar decisiones. Nos hacen reaccionar y no nos permiten aparentar. Si a esto le agregamos un ambiente natural en el que no controlamos muchos de los factores a los que nos enfrentaremos y un equipo de facilitadores que pueden llevar a cabo un manejo de riesgos efectivo y dirigir un proceso de reflexión y transferencia efectivos, tenemos una receta perfecta para trabajar esas habilidades que tantos beneficios nos traerán. ¿Te animas a subir esa montaña? ¿Te animas a descubrirte en el camino? ¿Te animas a vivir experiencias y aventuras? ¿Te animas a trabajar tu inteligencia emocional?